¿Cómo que el afecto cura?, ¿Tenemos que ponernos a abrazar a los pacientes ahora?, ¿De qué estamos hablando?

Estas son preguntas con las que me he encontrado a menudo cuando hablo de estos temas con compañeros médicos/as… algo menos cuando hablo con enfermera/os.

Sí, el afecto, el contacto, la relación con el paciente son curativos.

Y lo son porque neurobiológicamente estamos programados para ello. Desde el embarazo, el intercambio de información y emociones entre madre e hijo se establecen a través de los neurotransmisores que atraviesan la placenta en ambas direcciones. Nos hacemos un primer “mapa del mundo” a través de esa relación, un mapa que se va completando con la experiencia del parto y la de los primeros meses. El bebé humano nace con una visión deficiente y con una audición hipersensible. Al principio, conoce el mundo por la piel: Los labios primero, las manos y los pies después, pero todo el cuerpo del bebé busca otra piel que lo complete, que lo contenga. De adultos, la piel sigue siendo el órgano más grande de nuestro cuerpo, con miles de millones de receptores que nos informan de lo que ocurre a nuestro alrededor.

Todos los estudios nos informan de que el contacto inmediato piel con piel con la madre protege a madre y bebé de múltiples patologías, ayuda a establecer la lactancia materna, ayuda a establecer el vínculo. Todos los estudios dicen que cualquier separación de la madre en los primeros días tras el nacimiento provoca alteraciones tanto en el bebé como en la madre.

Sabemos desde hace años que, en prematuros, el cuidado madre-canguro es mejor que el cuidado habitual en incubadora. La falta de contacto amoroso y de relaciones significativas con una figura de apego puede propiciar problemas cardiovasculares en adultos, como se ha descubierto más recientemente al estudiar a niños que han crecido en instituciones desde su primera infancia. En los estudios clásicos se habla incluso de muertes tempranas en los bebés que eran correctamente lavados y alimentados pero que carecían de un contacto físico frecuente.

El contacto cura, el piel con piel cura, repara, ayuda al bebé inestable a estabilizarse. Y ayuda a los padres y madres a vincularse con el bebé y a disminuir sus niveles de estrés y ansiedad. Y en los adultos, ocurre igual. Una relación cálida, un profesional sanitario que mira a los ojos, que sonríe, que toca suavemente una mano o un hombro, que abraza y contiene al paciente que se desborda emocionalmente, es de por sí curativo. Múltiples estudios hablan del beneficio del contacto, del beneficio de los grupos de apoyo en pacientes con enfermedades tan graves como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.

 

 

Sabemos que la relación de grupo es una gran ayuda en distintos procesos terapéuticos. También desde el inicio de la vida, sabemos que las embarazadas tienen una mejor evolución cuando han participado en grupos de madres, pertenecer a un grupo protege de la depresión postparto, y también ayuda a las madres y padres a sentirse más capaces y menos ansiosos en relación con la crianza.

El que los adultos tengan un grupo de amigos, una red social (real, no virtual), se relaciona con menores niveles de estrés y menores tasas de enfermedad. Tener un buen apoyo social nos ayuda a no enfermar. Y podemos encontrar fácilmente estudios que demuestran, por ejemplo, que un buen apoyo social y la participación en grupos de iguales han demostrado disminuir los efectos de la falta de sueño y la inflamación en pacientes con alto riesgo de desarrollar enfermedad cardiovascular. Es decir, el contacto, el apoyo, ejercen de factores protectores en personas con otros factores de riesgo.

Cuando los pacientes ya tienen la enfermedad, el participar en grupos de iguales les hace ser más conscientes y más proactivos en su autocuidado. Y en cuidados paliativos se ha probado la mejoría en todos los parámetros de estrés y dolor de los pacientes tratados con terapias alternativas que implican contacto (Reiki, Healing Touch, etc). No en vano somos primates sociales, una especie relacional y altricial, dependemos los unos de los otros en múltiples formas, y nuestra biología nos lo demuestra una y otra vez.

Necesitamos al otro. Necesitamos la relación con el otro. Necesitamos el contacto con el otro.

Nos han hablado siempre de que como profesionales sanitarios hay que mantener “la distancia terapéutica”. Tendremos que pensar para quién es terapéutica esa distancia. Para el profesional desde luego no lo es. Comprobamos una y otra vez que los profesionales, cuanto más alejados se sienten de sus pacientes, más alienados se sienten como profesionales sanitarios, mayor es el riesgo de burn-out y de depresión. Al fin y al cabo estamos en una profesión relacional de cuidado, y en general empezamos la carrera con la vocación de cuidar de otros. Parece claro que una mejor relación con los pacientes disminuye el riesgo de burn-out y aumenta la satisfacción tanto del profesional como de los pacientes a los que atiende.

La distancia tampoco es terapéutica para el paciente. Las personas necesitamos poder confiar en nuestros médico/as, necesitamos sentir que nos escuchan, que nos miran, que nos entienden… Y a veces, no necesitamos tanto que nos expliquen (algunos más que explicar, a veces reñimos o sermoneamos a los pacientes). Necesitamos que nos toquen, o que nos abracen, que lloren con nosotros, sentir que estamos hablando con un ser humano con emociones humanas, que nos comprendan y nos acojan. El afecto cura. A los médico/as y a los pacientes, independientemente de su edad, sexo y condición de sano o enfermo.

 

Y si alguien todavía lo duda, podéis revisar la bibliografía, aquí os pongo sólo unos cuantos ejemplos:

 

 

 

Teresa Escudero Ozores

GdT en Salud Basada en las Emociones de la semFYC