El socio de la semFYC Alejandro Martín Marero se encuentra en Sierra Leone luchando contra el ébola y ha compartido en este texto sus reflexiones, sus fotografías y sus esperanzas.

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Octubre de 2015. Aquí sigo, en Kabala, capital del Distrito de Koinadugu, Sierra Leona.

Partí de Madrid el 1 de julio con un contrato de Médicos del Mundo (MdM) que en principio iba a ser por 3 meses – pero que se ha extendido hasta el próximo 15 de noviembre – para trabajar en uno de los denominados Holding Centres. Estos centros son a los que se derivan pacientes que, por presentar ciertos síntomas y signos y por su historia reciente, son considerados casos sospechosos de estar infectados por el virus del ébola.

Los ya de por sí precarios recursos sanitarios en el país antes de la llegada de la epidemia de ébola en 2014, así como las devastadoras consecuencias de la Guerra Civil que lo asoló de 1991 a 2001, hacen muy vulnerable a su población, tanto en lo que se refiere a la Salud Primaria como a la presencia de brotes epidémicos como el actual. Es por esta razón por la que muchas Organizaciones sin ánimo de lucro han estado trabajando –y siguen haciéndolo- en este país.

El Distrito de Koinadugu en el que estamos es uno de los más olvidados. Se encuentra al norte, lindando con Guinea Conakri, que es de donde precisamente llegaron muchos de los casos importados de ébola. Aunque en estos momentos la epidemia está aparentemente llegando a su fin, lo cierto es que casos aislados y esporádicos han aparecido hasta hace no mucho tiempo.

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Es en el poblado de Kasumpe, a unos 20 minutos en coche desde Kabala, en donde está situado el Holding Centre en el que trabajo, junto a una enfermera – expatriada también – y personal local, enfermeros e “higienistas”. Concretamente, como médico debo supervisar que el personal local haga correctamente sus tareas, les doy clases monográficas temática sanitaria y, sobretodo, debo atender a los pacientes que admitimos en el Centro. En general nos han llegado un número relativamente discreto de éstos, pero afortunadamente el estar allí me ha permitido diagnosticar y tratar – o al menos brindarles un primer abordaje terapéutico de urgencia – casos como una neumonía grave, una infección vaginal post-aborto, malarias que no llegaron a complicarse o una más que probable úlcera péptica que seguramente, en otro contexto, habría podido terminar generando un abdomen agudo.

El principal problema a la hora de atender directamente a estos pacientes es el hecho de que lo hacemos dentro de la denominada Red Zone, una vez pasado el área de triage. Dentro de esta zona el equipo debe atender al paciente con el traje especial de seguridad, el Personal Protection Equipment (PPE). Ello significa que, aparte de que no puedes introducir instrumentos o herramientas como estetoscopios, esfingomanómetros, ecógrafos portátiles u otros –con excepción de termómetros, que posteriormente se han de quemar- y de que obviamente no puedes hacer radiografías u obtener muestras de sangre para analíticas básicas, tus únicas armas diagnósticas han de ser la realización de una buena anamnesis (que no siempre es posible), tu “ojo clínico” y tu habilidad explorando al paciente. Las muestras de sangre que se recogen son las que se envían a un laboratorio especializado situado a 2 horas del Centro, que es donde llevan a cabo el test para descartar infección por el virus del ébola. Al paciente no se le puede dar el alta hasta que no se tengan los resultados. En caso de ser positivo –que hasta ahora no ha ocurrido en nuestro Centro- se le derivaría al Ebola Treatment Centre (ETC), de la localidad de Makeni. Si es negativo y está asintomático tras la llegada del resultado, se le enviaría a su domicilio –con las recomendaciones y eventualmente tratamiento oral pertinente, así como un Certificado especial- o se le derivaría al Kabala Government Hospital para continuar estudio y continuar o instaurar tratamiento específico en caso necesario.

No menos estimulante para mí dentro de este trabajo, y aunque haya sido de manera coyuntural, es el haber podido sospechar – por la historia clínica y la exploración física – una tuberculosis secundaria a SIDA en una de nuestras higienistas. La envié al hospital de Kabala, en donde confirmaron ambos diagnósticos, habiendo sido por otra parte negativo para sífilis. Afortunadamente tanto las pruebas diagnósticas como los tratamientos antirretroviral y antituberculoso son gratis aquí. La higienista, de sólo 25 años de edad, tiene un hijo de 4, al que también envié al hospital posteriormente. Resultó negativo para la infección por VIH y para tuberculosis.

La segunda quincena de septiembre estuve dos semanas de vacaciones en Madrid. A mi vuelta y ya en Freetown, la capital, me encomendaron el atender a los niños menores de 5 años que estaban acampados con sus familias en uno de sus estadios, el Siaka Stevens. Pocos días antes hubo unas importantes inundaciones que obligaron a refugiar a miles de habitantes de barrios muy deprimidos en estos estadios. Personal de varias ONGs internacionales y locales estaba allí para asegurar que las familias tuviesen un mínimo de condiciones dignas de agua y saneamiento, comida y colchones donde dormir. Me resultó la experiencia bastante impactante.

Mi estancia fue sólo de 3 días, porque de inmediato me enviaron a la localidad de Kumala, en donde MdM tiene un Campamento Base próximo a un Holding Centre. El propósito era atender a pacientes supervivientes del ébola, en el sentido de hacerles una revisión médica general, darles una atención psicosocial y, sobretodo, hacerles una exploración oftalmológica para descartar que tuviesen acantonado al virus en el globo ocular. De los 45 pacientes que habían accedido a acudir para ello los días 6, 7 y 8 de octubre, 40 se presentaron. Sólo uno de ellos, una niña de 10 años, padecía la uveítis consecuencia de la infección por el virus. Ya desde el diagnóstico se le empezó a administrar tratamiento tópico.

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El brote de ébola en Sierra Leona obligó a MdM a aparcar temporalmente los proyectos de desarrollo en que estaba inmerso para el país desde hace ya varios años. En estos momentos, sin embargo, estando la situación bastante controlada, MdM los está retomando. Concretamente, participo en uno sobre empoderamiento en salud de comunidades remotas, para lo que debo formar primeramente, sobre el terreno, a los Community Health Officers (CHO), agentes sanitarios que trabajan en algunas de las Unidades Periféricas de Salud, los Peripheral Health Units (PHU).

Creo que la formación en Medicina Familiar y Comunitaria es la que ofrece un más amplio abanico de herramientas para el médico que desee trabajar como cooperante expatriado. El manejo de la incertidumbre inherente a nuestra profesión – y más aún en nuestra especialidad – supone, al menos para mí, uno de los principales alicientes añadidos en este sentido. Por supuesto, el otro tiene que ver con lo afortunado que me siento sencillamente por trabajar en este tipo de entorno y con las poblaciones y colectivos humanos a los que creo puedo aportar lo mejor como profesional y como persona.

Alejandro Martín Marero
Medical Officer
Médicos del Mundo
Koinadugu, SIERRA LEONE