Desde #noticiassemFYC hemos traducido la primera parte del trabajo de las autoras Stavroula Leka y Aditya Jain de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) en el que se analizan las consecuencias del malestar en el lugar de trabajo, desde su perspectiva médica, a la económica pasando por la social.

Puedes leer el artículo completo aquí:

http://ec.europa.eu/health/sites/health/files/mental_health/docs/2017_workplace_en.pdf

La salud mental, el lugar de trabajo y los impactos asociados a los desórdenes en salud mental

Empezando por las evidencias existentes en materia de desórdenes en salud mental en particular, las evidencias presentadas por parte de la Organización Mundial de la Salud sugieren que cerca de la mitad de la población mundial está afectada por la enfermedad mental en algún punto de su vida con un gran impacto en su autoestima, sus relaciones y su habilidad para vivir una vida rutinaria. Mientras que la Fundación para la Salud Mental (2007) declara que los problemas derivados de la salud mental afectan directamente a un cuarto de la población cada año, las estimaciones globales hechas por parte de la Organización Mundial de la Salud (2017) indican que el 4,4% de la población global sufren de desorden depresivo y un 3,6% de ansiedad.

Una revisión sistemática de las investigaciones que reúne la prevalencia de los desórdenes mentales en los 27 países de la Unión Europea, Suiza, Islandia y Noruega fue dirigido por Wittchen et al. (2011). Los autores sugieren que aproximadamente un 38,2% de la población europea sufre de desorden mental cada día. Los desórdenes más frecuentes son aquellos relacionados con los desórdenes de la ansiedad (14%), insomnio (7%), la depresión (6,9%), somatoform (6,3%), alcohol y drogadicción (>4%), ADHD (5%) entre los jóvenes, y demencia (1-30%, en función de la edad). La depresión parece ser la dolencia que más impide trabajar. Solamente un pequeño porcentaje de la población mundial experimenta enfermedades mentales severas como la esquizofrenia.

En realidad, la depresión y la ansiedad reciben la terminología de “desórdenes mentales”. Las variaciones no sustanciales entre los países se han identificado en la prevalencia de los desórdenes mentales (Wittchen et al., 2011). De acuerdo con un informe reciente del Parlamento Europeo (2016), el género determina las diferencias en el poder y capacidad de control que hombres y mujeres tienen sobre los determinantes socioeconómicos de su salud mental y sus vidas, su posición social, el estatus social, y la susceptibilidad y exposición a riesgos específicos en salud mental. Las desigualdades en el género ocurren particularmente en los índices de los desórdenes comunes mentales como por ejemplo la depresión o ansiedad. Los problemas de salud mental, desde el punto de vista psiquiátrico, varían en todos los géneros: las mujeres tienen índices de depresión más altas y ansiedad (refiriéndose como desórdenes asimilados) y los hombres tienen índices más altos de abuso de substancias y de desórdenes antisociales (referidos como desórdenes externalizados).

A causa de una gran variedad de factores, que en un primer lugar afectan a los roles de género y a las desigualdades relacionadas con el género, la prevalencia de la depresión es aproximadamente del doble entre las mujeres que entre los hombres (Parlamento Europeo, 2016). La gente con severos desórdenes mentales se encuentra muy a menudo lejos del mercado de trabajo, y necesitan ayuda para encontrar un empleo sostenible (OECD, 2012).

La mayoría de las personas que viven con un desorden mental tienen empleo pero muchos de ellos se encuentran en una situación de riesgo de perder su puesto de trabajo y encontrarse ante una exclusión permanente del mercado laboral en comparación con las personas que viven sin estos problemas. Esto ha empeorado en el clima económico reciente. Evans-Lacko et al. (2013) indicaron que la brecha entre las tasas de desempleo para los individuos en Europa con o sin problemas de salud mental, aumentó significativamente después del comienzo de la recesión económica. Esta brecha fue especialmente pronunciada entre los hombres y también entre aquellos individuos con bajos niveles de educación.

La tasa de empleo entre la gente con dolencias mentales comunes es de entre un 60 y un 70%, comparado con el 45-55% por parte de aquellas personas afectadas por desórdenes mentales más severos y a pesar de que llegamos hasta un porcentaje del 70% entre la gente que no padece ningún tipo de desorden (Matrix, 2013). Los datos sugieren que el 55% de la gente con problemas de salud mental intentan sin éxito volver a trabajar, y entre aquellos que regresan, hasta un 68% lo hace en posiciones de menos responsabilidad, trabajando menos horas y cobrando menos que antes (Mental Health Foundation, 2007; OECD, 2012). McIntyre et al. (2011) y la OECD (2012) concluyen que los ingresos anuales de las personas afectadas por depresión son aproximadamente de un 10% menos comparándolos con los de los trabajadores sin ninguna dolencia.

Las estimaciones respecto a la proporción de trabajadores europeos que podrían estar viviendo con algún tipo de problema de salud mental en algún momento de su vida son desde uno de cada cinco (OECD, 2012) hasta dos de cada cinco (Wittchen et al., 2011), con un riesgo estimado durante de la vida de como mínimo 2 sobre 5 (OECD, 2012). En la Unión Europea de los 27 se ha comprobado que el 15% de los ciudadanos han buscado ayuda ante un problema psicológico o emocional, con un porcentaje de hasta un 72% de estos que habían tomado algún tipo de antidepresivo (Comisión Europea, 2010). Los elevados índices del absentismo laboral y de baja a causa de los problemas de salud mental han crecido en Europa en las últimas décadas. El Eurobarómetro (Comisión Europea, 2010) presentó una gran cantidad de datos de la Unión Europea en estadísticas que recogen tanto sentimientos negativos como positivos en relación a las emociones de los ciudadanos con respecto a su bienestar mental en sus lugares de trabajo (Mental Health in the Workplace).

Este hecho muestra que la enfermedad mental tiene un impacto considerable ante la ausencia de enfermedad e indica que en 2010, los ciudadanos de la Unión Europea se sientieron – por lo general – menos positivos y más negativos que en 2005/2006. Se cree que este aumento es debido a una disminución del estigma social y la discriminación de la ciudadanía con dolencias de salud mental que ha provocado una aceptación mayor de ciertos problemas anteriormente escondidos, más que a un incremento de la prevalencia (OECD, 2012; Wittchen et al., 2011). A pesar de ello, los problemas de salud mental todavía no son lo suficientemente reconocidos, están infradiagnosticados y mal tratados (OECD, 2012).

Respecto a las investigaciones hechas en ese sentido, como ya hemos indicado anteriormente, este artículo adopta una perspectiva holística acerca de la salud mental y considera el bienestar psicológico y no únicamente los desórdenes provocados por la salud mental. Eso significa que también hay que prestar atención a las condiciones de fondo de una frágil salud psicológica y a un bienestar que todavía no haya sido diagnosticado como un desorden de salud mental. Por ejemplo, cuestiones como el estrés son particularmente importantes en ese tipo de consideraciones puesto que hay gran cantidad de evidencia científica de que la exposición prolongada a una presión imposible de gestionar puede dar como resultado un nivel de estrés que genera más problemas de salud mental (WHO, 2010). En la misma línea de esta evidencia, la OECD (2012) insiste que mientras los retos a la hora de ayudar a la reintegración de las personas con problemas mentales severos son un punto importante de atención, existen razones potentes para pedir una política que ponga el énfasis al enfrentamiento con los desórdenes mentales comunes y sus dolencias desde un punto de vista más preventivo que no solamente con estrategias reactivas.

El lugar de trabajo es ideal para acciones preventivas como esa puesto que la mayoría de la gente pasa al menos una tercera parte de su vida en el trabajo. Uno de los estados clave de una salud mental por debajo del nivel óptimo que puede tener consecuencias muy severas es el estrés relacionado con el trabajo (estrés laboral). El estrés relacionado con el trabajo es la respuesta que la gente tiene cuando se encuentra con demandas profesionales y presiones que no coinciden con sus conocimientos y habilidades y que ponen a prueba su habilidad de hacer frente a todo tipo de cuestiones (WHO, 2003). La Comisión Europea (2002) definió el estrés como un conjunto de patrones de reacción emocional, cognitiva, de comportamiento y psicológica que provocan que sea difícil hacer frente a los aspectos más nocivos y adversos del propio trabajo, la organización laboral y el entorno.

En el marco de trabajo relacionado con el estrés laboral (Conductas Sociales Europeas, 2004), el estrés es definido como un estado que está acompañado por dolencias y disfunciones sociales, psicológicas o físicas cuyas consecuencias por parte de aquellas personas que se sienten incapaces de cumplir con las expectativas y exigencias que se les piden. La encuesta ESENER (EU-OSHA , 2010, 2015) mostró que dentro de la Unión Europea, el estrés relacionado con el trabajo es una cuestión que preocupa un poco o mucho al 80% de empresas. Al mismo tiempo, en relación con la salud mental en el lugar de trabajo, menos de un 30% de empresas y organizaciones en Europa tienen procedimientos para tratar con el estrés en el lugar de trabajo. Según la 6º Encuesta europea sobre condiciones laborales (Eurofound, 2016), la media de trabajadores que se considera que tienen un buen nivel de bienestar en la Europa de los 28 es 69%3 puntos más alta que en 2010 (porcentaje resultante de aplicar el índice de bienestar WHO-5 de la Organización Mundial de la Salud).

Los hombres tienen un índice de bienestar ligeramente superior al de las mujeres (70 en relación a 68) y los trabajadores más jóvenes (aquellos que tienen menos que 35 años) tienen índices más altos que los trabajadores mayores (35 o más) – el porcentaje en este caso es de 70% contra 68% (para los dos grupos de edad). Finalmente, el 6% de los trabajadores tiene un índice que se encuentra en la zona de riesgo de padecer problemas de salud mental bajo (de menos del 28%) con más mujeres que hombres que se encuentran en riesgo (7% comparado con 5%). El 26% de los trabajadores piensa que su salud está afectada de forma negativa por su puesto de trabajo. Hasta un 27% de los trabajadores dijo que se ausentó de su trabajo por razones de salud durante al menos 5 días o más, durante los 12 meses antes de la estadística: un 28% de mujeres y un 25% de hombres. EU-OSHA (2009) indica que hay diferencias significativas en los niveles de prevalencia del estrés en Europa.

Los niveles más altos de estrés se encuentran en Grecia (55%) y en Eslovenia (38%), Suecia (38%) y Letonia (37%) y los niveles más bajos se encontraron en el Reino Unido (12%), Alemania, Irlanda y Holanda (16%) al mismo tiempo que en la República Checa (17%), Francia y Bulgaria (18%). Si analizamos de forma más específica los datos del Reino Unido a modo de ejemplo, en el 2009 las encuesta de Condiciones Psicosociales de Trabajo indicaban que sobre un 16,7% de todos los trabajadores pensaron que su trabajo era mucho o extremadamente estresante (Packham & Webster, 2009). Estimaciones hechas por parte del Labour Force Survey en el 2013-14 sugieren que el número total de casos de estrés relacionado con el trabajo, depresión o ansiedad representaba hasta el 39% de todos los casos de baja laboral en el trabajo, mientras que los trabajadores consideraban que el origen de esas dolencias había sido causado por el trabajo o habían empeorado a causa del trabajo.

En 2009 el Organismo Austríaco de Supervisión del Trabajo rebeló que hasta un 42% de los trabajadores de la administración se prejubila o se retira antes de terminar su vida laboral a causa de desórdenes psicosociales (EUOSHA, 2014). En relación con el impacto de la situación psicosocial y la enfermedad mental, diversos análisis estudian las relaciones entre los factores psicosociales en el trabajo y un mayor índice de depresión, al mismo tiempo que con desórdenes mentales menos severos (e.g. Blonde, 2008; Kuoppala et al., 2008; Netterstrom et al., 2008) y llegan a la conclusión de que los factores psicosociales en el lugar de trabajo, y también la sobrecarga mental de trabajo, están relacionados con un elevado riesgo de los subsiguientes síntomas depresivos o con un episodio depresivo mayor. La gran mayoría de los resultados provenientes de más de una docena de investigaciones prospectivas confirman el elevado riesgo de depresión entre los trabajadores que trabajan en un entorno laboral estresante. Estos índices varían entre un 1,2 hasta un 4,6 en función del cómo se midan los riesgos, el género y del grupo ocupacional según el estudio (e.g. Bonde, 2008; Ndjabouré, Brisson & Vézina, 2012). El ILO (International Labour Organization) ha reconocido que las situaciones psicosociales pueden llegar a causar enfermedades laborales, por ejemplo, desórdenes mentales y de comportamiento (ILO,2016). A pesar de eso, los desórdenes mentales como por ejemplo la depresión no suelen ser reconocidos como una enfermedad laboral en las listas de las enfermedades laborales de la mayoría de países (Comisión Europea, 2013).

Otras revisiones parecen demostrar que los riesgos psicosociales responsables de los problemas en la salud mental, acostumbran a estar de forma sistemática y causal relacionados con otros tipos de consecuencias para la salud como por ejemplo problemas físicos (e. g. Briggs et al., 2009; Da Costa & Viera, 2009) así como la morbilidad y mortalidad cardiovascular (e.g. Kivimaki et al., 2012) y diabetes (De Hert et al., 2011). Una mayoría de, por lo menos, 30 análisis hechos a partir de estudios prospectivos documentan un  elevado índice de eventos cardiovasculares (tanto fatales como no fatales, la mayoría de ellos coronarios) entre los que se encuentran los relacionados con el sobreesfuerzo laboral, el desequilibrio esfuerzo-recompensa o la gestión injusta del tiempo (e.g. Tsutsumi & Kawakami, 2004; Eller et al., 2009; Kivimäki et al., 2007, 2012; Marmot, Siegrist, Theorell, 2006).

Un informe de la Organización Mundial de la Salud (2010) mostró estudios hechos en regiones de muchos sitios del mundo detallando el impacto diametral de las situaciones psicosociales en la condición física, mental y social de los trabajadores. Esto también puede aumentar los riesgos de un mayor absentismo laboral en el futuro, tal y como indican diversos estudios (e.g. Allebeck & Mastekaasa, 2004; Dekkers-Sanchez et al., 2008; Duijts et al., 2007). También se ha calculado que cada caso de enfermedad relacionada con el estrés lleva a una media de 30,9 días de pérdida de trabajo (Fundación para la Salud Mental, 2007). Además, la reducción de la salud física y psicológica a causa de la experiencia del estrés puede provocar una forma de funcionar subóptima que lleve a accidentes y otros problemas de calidad y reducción de la productividad, aumentando de este modo los riesgos operacionales (e.g. Nahrgang et al., 2011).

Tener un personal trabajando mentalmente insano tiene serias consecuencias económicas para el negocio. Incluso los grados más leves de depresión se asocian con pérdida de productividad (Beck et al., 2011). Ahí donde hay una pérdida de trabajadores cualificados a causa de una mala salud, la contratación suplementaria y los costes de formación recaen sobre los propios empresarios (MdDaid, 2007). La ausencia laboral causada por la enfermedad también puede llevar a una sobrecarga de trabajo y un aumento de los riesgos potenciales del estrés laboral en los miembros del equipo que siguen trabajando. Además del absentismo laboral, la productividad también se ve afectada por el presentismo – una falta de productividad debido al malestar en el trabajo (e.g. Aronsson, Gustafsson, & Dallner, 2000; MdDaid, 2007).

Esta realidad, sigue siendo difícil de medir, aunque algunos estudios sugieren que su impacto podría ser de hasta 5 veces mayor que solamente los costes del absentismo (Sanderson & Andrews, 2006). El presentismo es también puede servir como un buen indicador de una futura o incluso próxima mala salud mental y física (Leineweber et al., 2012; Taloyan et al., 2012) que podría implicar costes adicionales de los que los empresarios tendrían que hacerse cargo. Los buenos niveles de bienestar psicológico y físico no solamente se asocian con un mejor rendimiento en el lugar de trabajo, sino que también ayudan a mejorar el nivel de fidelización del personal, así como a mejorar el diálogo entre los trabajadores, fomentar mayores niveles de creatividad e innovación que son vitales para un negocio dinámico y mejorar la reputación del lugar de trabajo (Michaels & Greene, 2013; Robertson & Cooper, 2011; Wang & Samson, 2009).

Stavroula Leka y Aditya Jain

Universidad de Nottingham

(Reino Unido)