A menudo leemos o escuchamos hablar sobre el estrés, “tengo mucho estrés, estoy estresado”; pero, ¿qué es realmente el estrés?, ¿Utilizamos bien esta palabra?

El estrés es una respuesta normal de nuestro organismo ante cualquier estímulo físico, mental y/o emocional que suponga un desequilibrio entre las demandas y nuestros recursos. Cuando percibimos que “no podemos con lo que tenemos entre manos” se disparan nuestras alarmas y es cuando aparece esta respuesta para ayudarnos a sobrevivir y resolver la situación de forma satisfactoria.

A veces y sólo a veces, somos nosotros mismos los que de una u otra manera nos comprometemos con personas, proyectos y otros, produciendo ese desequilibrio entre los recursos de los que dispongo y los asuntos que quiero tratar. A veces y sólo a veces, con sólo decir “me encanta esa idea/proyecto y en este momento no puedo comprometerme con ella”, o lo que es lo mismo “no gracias, lo siento”, nos ayudaría a disfrutar más del famoso “ahora” dejando de hacer y pasando a ser. Esto se consigue desarrollando el autocuidado y aprendiendo a ser asertivos con nuestras elecciones.

En la respuesta del estrés podemos distinguir tres fases: fase aguda (eustrés), fase de recuperación/resistencia y fase de agotamiento.

 

1. Fase aguda: En la fase aguda aparecen síntomas propios de la activación del Sistema Nervioso Simpático (SNS) para favorecer cambios en nuestro cuerpo a nivel muscular, visceral y vascular para hacer frente a la amenaza. Según como interpretemos la situación, aparecerán conductas instintivas de huida, bloqueo o lucha y ya podemos empezar a intuir sus actitudes y comportamientos propios:

En el caso de la huida: huiremos si percibimos que la amenaza es “tan grande que no podemos con ella”. Como no siempre podemos pedir vacaciones para alejarnos de la amenaza, la huida también puede aparecer a nivel cognitivo. Esto se consigue modificando nuestro foco de atención. Conductas de evitación que pueden provocar sentimientos de desazón, sensación de angustia y la aparición de síntomas de ansiedad si la “amenaza” se mantiene en el tiempo y seguimos valorando nuestra posición en la situación como de “carencia de recursos”. Es una reacción que nos coloca en la posición de víctimas, nos absorbe toda la energía, nos va consumiendo. Nos orienta a centrar toda nuestra energía en evitar a toda costa la amenaza, ya sea una situación, una persona o una actividad (conversaciones pendientes, compañeros, comunicación de malas noticias, asistencia a paciente “complicados”/hiperfrecuentadores).

• En el caso del bloqueo: esta reacción nos empuja a paralizarnos, a armarnos con una “coraza de invisibilidad y de esto no va conmigo” esperando a que la amenaza pase de largo, desaparezca o se resuelva sola y a tener conductas de negación. ¿Cuántas veces de forma inconsciente hemos ignorado algo que teníamos que hacer y hemos pensado, luego lo hago, mañana lo hago y esa mañana nunca llega con el deseo inconsciente de que se resuelva solo?. El verbo que define bien esta reacción es postergar. Muchos dicen que sólo saben trabajar bajo presión, son aquellos que postergan cualquier situación hasta verse “con el agua al cuello”. A la larga provoca mayor estrés.

• En el caso de la lucha: pretendemos poner toda nuestra energía en “expulsar la amenaza de nuestro lado”. En consulta se puede activar ante cualquier estresor que merme el “tiempo estipulado de consulta”, el protocolo de salud con el que trabajamos, ponga en duda nuestras decisiones profesionales, que añada más leña al fuego (peticiones de los jefes…).

¿Cuántos de vosotros podéis veros en la consulta atendiendo a sus pacientes en el escaso tiempo agendado, donde cada uno de ellos tiene necesidades muy dispares, veces complejas y que deben gestionarse en un tiempo récord?, ¿Cuántos de vosotros a partir del tercer paciente que retrasa la agenda en más de 20 minutos comienza a sentir esa taquicardia, ese sudor en las manos, esa ligera taquipnea, nota como se le contraen los músculos del cuello, aparecen las arrugas de la frente y se escucha hablar en un tono muy diferente a como empezó la jornada?. ¿A cuántos de vosotros se les olvida beber, comer o descansar durante estando en Urgencias? Llega un momento en el que de forma instintiva aparece el enfado para hacer retroceder la amenaza, para que en cierta medida el paciente se ciña a su tiempo, para que podamos hacer frente a esa agenda que más que tener en cuenta la labor calidad en la labor asistencial, busca la excelencia en los números y estadísticas y para que podamos sobrevivir y seguir asistiendo. La gran mayoría de las veces cantidad no es calidad.

Es fácil detectar en fase aguda el estrés sólo tenemos que fijarnos en cómo reacciona nuestro cuerpo, ya que la adrenalina liberada por el Sistema Nervioso Simpático (SNS) tiene efectos a nivel muscular, vascular y visceral. Podemos sentir como aumenta la frecuencia cardíaca, la frecuencia respiratoria, la tensión arterial, la sudoración, el diámetro pupilar. Podremos percibir mareos, nauseas, sensación de falta de aire, de “vacío en el estómago”, sequedad de boca…. Dependiendo del grado de activación del SNS podremos sentir sus consecuencias con más intensidad. A todos estos cambios corporales se unen los cambios cognitivos, no vemos la vida de igual manera cuando estamos bajo la acción del SNS que cuando estamos relajados.

 

2. Fase de recuperación: Tras nuestra jornada laboral deberíamos pasar a la fase de recuperación, donde se activa el sistema nervioso parasimpático para ayudarnos a reparar y reequilibrar nuestro cuerpo-mente. Sin embargo esto no siempre se produce, a veces pasamos a la fase de resistencia donde permanece activado el sistema nervioso simpático. Mantenemos la amenaza en nuestra mente, le añadimos otras derivadas de asuntos personales y seguimos echando leña al fuego. Durante esta fase se inhiben casi todos los procesos de reparación ya que lo importante es mantener a raya las amenazas y solucionarlas en la medida de nuestras posibilidades percibidas. Muchos profesionales sanitarios se encuentran en esta fase, fase de aguante, que se mantiene por los descansos entre los turnos de trabajo. Es curioso como muchos compañeros explican que durante esos periodos de descanso aumentan sus síntomas catarrales, migrañas y cansancio físico y “que no da tiempo a recuperarse”.

 

3. Fase de agotamiento: La fase de agotamiento sobreviene cuando hemos aguantado hasta que nuestras reservas energéticas no dan para más, nuestra percepción de la situación ha provocado que los estresores se mantengan en nuestro punto de mira y que gastemos todas nuestras energías para mantenerlos a distancia. Cuando la carga de los estresores es tan grande que casi nos engloba. En esta fase, nuestro eje neuroendocrino se encuentra alterado y es cuando podemos ver debutar patologías como la hipertensión arterial, infartos, diabetes, alteraciones del sistema inmune, alteraciones digestivas, aparición de patología autoinmune como hipotiroidismo… y es que hoy en día por los últimos estudios se confirma que el estrés es un factor de riesgo cardiovascular a la altura de la diabetes, hipertensión y tabaquismo. ¿Será que todo están relacionado?

 

Según el estudio de Sánchez M et al de Asociación entre el estrés y las enfermedades infecciosas, autoinmunes, neoplásicas y cardiovasculares existe una relación importante entre el estrés y este tipo de enfermedades, por lo que cabe preguntarnos si podemos realmente hacer algo por nosotros y por nuestros pacientes. Desde mi punto de vista, la respuesta es sí, ya que en nuestra mano está el poder aprender a Gestionar nuestro estrés modificando la forma en la que interpretamos la situación, y diferenciando lo urgente de lo no urgente. También podemos aprender a gestionar nuestra emociones para detectar cuál es la que se está imponiendo y nos mueve a tener una u otra conducta instintiva y de esta manera modificarla para que sea la más eficiente. Por otra parte la práctica regular de Técnicas de Gestión del Estrés y de Gestión Emocional como respiración abdominal, el Mindfulness, EFT u otras junto con la actividad física mantenida nos ayudan a mantener un estado emocional equilibrado.

 

No pretendas vivir sin estrés, aprende a vivir con él agradeciéndole que quiera salvarte. Modifica tu percepción, cambia tu foco de atención y esto te permitirá desactivar la respuesta al estrés y sus síntomas.

 

 

Carolina Pérez Ramírez
Grupo de Trabajo en Salud basada en las Emociones de la semFYC